La fobia escolar es un problema cuya prevalencia se ha estimado en una franja que va desde el 0.4% (Ollendick y Mayer, 1984) al 15% (Mendiguchía, 1987) en función de los estudios revisados.
Tras la pandemia, es posible que esta prevalencia haya aumentado y es por ello que se hace necesario prestar especial atención a este fenómeno.
Tal y como refiere Macià Antón en su obra “Problemas cotidianos de conducta en la infancia”, aunque este tipo de problemas supone una pequeña parte del total de las fobias específicas, sí que pueden comportar repercusiones importantes en el niño, pues puede afectar negativamente a áreas muy importantes, como son las del rendimiento académico, el aprendizaje escolar y el funcionamiento del niño a nivel social.
En relación a este último párrafo, sería importante señalar la conveniencia de la detección precoz del problema y su abordaje inmediato, pues si se deja evolucionar y se instaura el absentismo escolar, se dificulta el manejo.
¿Qué es la fobia escolar? ¿Cómo sé que mi hijo la tiene?
Cuando hablamos de fobia escolar, estamos hablando de una forma desadaptativa de respuesta de ansiedad del menor ante situaciones que están relacionadas con el ámbito escolar. Esta respuesta desadaptativa se caracteriza por la incapacidad del niño para acudir al colegio, bien de forma total o parcial y esto, como consecuencia de un miedo que no responde a nada en particular (es irracional) o bien por algún acontecimiento vinculado al colegio.
Aunque no es un diagnóstico como tal, King, en 1995, propuso una serie de criterios que deberían cumplirse para que se concluya que el menor tiene fobia escolar:
- – Dificultad importante para acudir al colegio que podría traducirse en periodos más o menos prolongados de absentismo.
- – Trastorno emocional grave, en el que puede observarse, miedo excesivo, explosiones de mal humor, quejas somáticas ante la perspectiva de tener que ir al colegio.
- – El menor permanece en el domicilio con conocimiento de los padres, pero debería estar en la escuela. Este factor, facilita la diferenciación de la conducta de “hacer novillos”, en la que los progenitores o cuidadores no son conocedores de la ausencia del menor en el colegio.
- – Ausencia de fenomenología disocial. Es decir, el menor no suele tener conductas de robo, mentiras…
El menor puede presentar angustia al anticipar que tiene que volver al colegio, de ahí, que aparezcan síntomas antes de ir al colegio, al anochecer antes de irse a la cama, o los domingos por la tarde, previa a la incorporación al aula del lunes.
Como otros problemas relacionados con la ansiedad, la fobia escolar se expresa en 3 niveles o áreas, y lo hace con la aparición de los siguientes síntomas (no tienen que darse todos ni en la misma intensidad, cada persona lo manifiesta y sufre de una manera particular):
- Nivel motor: El niño puede expresar directamente que no quiere ir al colegio, así como puede referir distintas quejas (dolor de cabeza, dolor de barriga…) que pueden ser tenidas en cuenta para no acudir a la escuela. Puede ser que se presente oposicionista o negativista, por ejemplo, negándose a vestirse, retrasando el desayuno o no queriendo desayunar.
En el colegio, puede presentar conductas como la de llorar, gritar, agarrarse a su progenitor o al cuidador que le lleva al colegio, no querer colocarse en la fila con sus compañeros… Se trata de una situación desagradable no solo para el menor, también para el padre/madre que sufre en paralelo, pero entiende que el pequeño, ha de ir al colegio. Durante las clases, en ocasiones, la conducta no mejora y el menor puede seguir llorando, o incluso puede mostrarse negativista / oposicionista (les hace pulsos a los profesores o tiene rabietas, o se niega a hacer tareas…) y en el otro polo, podemos encontrar al niño que se aísla y permanece sin hablar, sin jugar o sin hacer nada.
A nivel motor, podemos apreciar algo muy nuclear de este problema y de otras fobias: la necesidad de huir de o evitar la situación que le provoca el malestar (el colegio).
- Nivel fisiológico: Puede apreciarse un aumento de la frecuencia cardíaca, sudoración, aumento de la tensión muscular, sensación de mareo, malestar digestivo, aumento de la frecuencia urinaria. No es infrecuente que los menores con fobia escolar, presenten trastornos del sueño (en previsión por la noche, de que tienen que volver al colegio al día siguiente), alimentarios y otros (dolor de cabeza, cansancio…).
- Nivel cognitivo: Probablemente, el niño anticipa situaciones en el colegio que para él comportan vivencias negativas del mismo (por ejemplo, que sus compañeros se van a reír de él/ella, que algún profesor le va a regañar, que no va a saber responder a alguna pregunta que le hagan o a un examen…). Igualmente, puede sentirse preocupado al pensar que las reacciones somáticas, es decir, de su cuerpo por la ansiedad, le pueden jugar una mala pasada. Por ejemplo, puede pensar que va a vomitar o que se va a desmayar delante de todos y angustiarse ante esta anticipación de lo que podría ocurrir.
En otras entradas del blog, donde hablábamos de fobias, se comentaba que, en muchas ocasiones, las fobias pueden adquirirse o generarse sin necesidad de que se haya dado una experiencia aversiva directamente en el niño, bastando con que se observen estas experiencias en otros (por ejemplo, tras ver que otro niño vomita en mitad de la clase). Además, pueden existir otros factores que predispongan a presentar este tipo de problemas, como, por ejemplo:
- Cambio de colegio. Es una situación bastante estresante en la que el menor, ha de hacer un esfuerzo importante para adaptase al nuevo entorno en la mayoría de los casos. Además, ha de elaborar el duelo por la pérdida del anterior colegio, las amistades…
- Problemas en la familia de origen: No es la primera vez que aparece este problema en el contexto de una separación de los padres y otras circunstancias o crisis familiares.
- Si el niño ha tenido que ausentarse del colegio durante mucho tiempo: por ejemplo, si ha estado hospitalizado o, como ha pasado en los últimos tiempos, tras la pandemia.
Los padres y profesores, juegan un papel fundamental en la evolución de este problema. Así pues, la conducta fóbica de evitación / huida del colegio, puede reforzarse si en lugar de tratar el problema, se empieza a aceptar el absentismo como la vía para que el menor no se sienta mal, si “liberamos” al menor de sus obligaciones para con el colegio o si, por ejemplo, ante la demanda del menor de que lo recojan y lo devuelvan a casa, se cede siempre.
La detección precoz de signos/síntomas en la esfera motora, fisiológica y cognitiva por parte de los padres y profesores, facilitará la buena evolución de este problema. Así mismo, se hace necesaria una intervención coordinada por parte de los docentes y los padres del menor. El reforzamiento positivo de aquellas conductas que están orientadas a enfrentarse al miedo, el acompañamiento del menor ante situaciones problema (y retirada progresiva del acompañamiento), pueden ayudar al niño a superar el problema.
En cualquier caso, puede ser necesaria la intervención por parte de profesionales, sobre todo en lo concerniente a la clarificación del origen del problema (puede subyacer en la fobia escolar un problema afectivo/emocional). Por ejemplo, es posible que el menor esté presentando fobia escolar por estar presenciando / vivenciando una situación de acoso en el aula (bullying) o que, en casa, exista una situación familiar comprometida que esté afectado al niño.
REFERENCIAS
- Ollendick, T.H. y Mayer, J.A. (1984). School Phobia. En S.M. Turner (Ed.), Behavioral theories and treatment of anxiety (pp. 367-411). Nueva York: Plenum Press.
- Mendiguchia, FJ (1987). Miedos, fobias y obsesiones en la infancia y la adolescencia. Revista de Neuropsiquiatría Infanto-juvenil, 10, 23-133.
- Macià Antón, D. (2007). Problemas cotidianos de conducta en la infancia. Intervención psicológica en el ámbito clínico y familiar. Madrid: Pirámide.
- Protocolos de la Asociación Española de Psiquiatría Infanto-Juvenil. (2008). Fobia escolar. Recuperado de: https://www.aeped.es/sites/default/files/documentos/fobia_escolar_0.pdf