Mª DOLORES BARROS ALBARRÁN – PSICÓLOGA GENERAL SANITARIA – Nº COL AN 11366
Con esta famosa frase de la obra “El Principito” de Antoine de Saint – Exupèry, hoy me había propuesto dedicar unas líneas a las relaciones de pareja. No soy quién para juzgar si existe o no el deseado “flechazo”, pero creo humildemente, que esta frase encierra una gran verdad aplicable no solo a las relaciones de pareja, también podría aplicarse a cualquier relación que un ser humano pueda mantener, ya no solo con seres de su misma especie, también con animales y por qué no, incluso con objetos inanimados.
Pero vayamos al mundo de las parejas ¿Qué es aquello que las define? ¿Qué diferencia una relación de pareja de cualquier otro tipo de relación? Probablemente, las características definitorias de este tipo de relación, sean infinitas si entramos a considerar que cada persona es única como única es la relación que establece con otras/os. Parafraseando a Campo y Ramo (2022), podría considerarse que la relación de pareja es “la interacción entre dos individuos con experiencias personales únicas, de las que se derivan necesidades propias y legítimas, no siempre conscientes, y que deben poderse articular de manera suficientemente satisfactoria para ambos… es útil tener en cuenta que la interacción con el cónyuge, en el presente, al facilitar nuevos aprendizajes en un contexto altamente significativo, modula siempre y permite reelaborar las experiencias que se derivan del pasado”. A esto, habría que añadir que la pareja, se configura en un contexto histórico, cultural y con las huellas de las propias familias de origen de cada uno de los integrantes del par, lo cual da cuenta de la enorme complejidad de la misma. De todo esto, podría desprenderse que, en el espacio de la pareja, es posible encontrar la manera de sanar determinados aspectos de uno mismo, pero también la manera de seguir enfermando y por qué no decirlo, enfermando gravemente y haciendo enfermar como sistema a otros miembros. La pareja, los cónyuges, configuran un sistema primario a partir del cual, emergen otros subsistemas que van a entrar a interaccionar entre sí y con el medio que les rodea. Por ejemplo, del inicial sistema conyugal, pueden emerger subsistemas como el fraternal o el de los hijos, que entrará a formar parte de otro sistema más complejo, el familiar. Es por esto último que se comenta, por lo que adquiere especial relevancia que el subsistema conyugal, esté sanamente configurado.
Las parejas no son algo estático, van evolucionando a lo largo del tiempo y en la interacción de un cónyuge con otro y todo ello, inmerso en un sistema más amplio, el propio mundo, que también resulta influyente. Caillé (1992) llega a referir que la pareja es un «ser vivo» con capacidad de crear su propia historia. De hecho, Caillé, llama a una de sus obras “Uno más uno son tres” (1992). Este tercer elemento, es fruto de la interacción entre los cónyuges y por supuesto, del conocimiento compartido a lo largo de las distintas etapas por las que la pareja pasa.
Si pensamos en la frase inicial del principito, aquello de “Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo importante”, será más fácil entender el dolor de la pérdida. A veces, no es cuestión de pasar con el otro mucho tiempo, a veces, simplemente es cuestión de pasar con el otro tiempo de calidad, genuinamente dirigido al otro, sin más.
Las palabras de hoy, van dirigidas a todas las parejas, del tipo que sean, sin importar la edad, sin son homo o heterosexuales… qué más da. Todas son rosas, más o menos importantes en función de aquello que se ha compartido, sin importar finalmente el tiempo, más bien, importando la calidad de lo que se compartió.