De un tiempo a esta parte, parece que existe una tendencia a “patologizar” o hacer patológicos, sucesos que, en realidad, forman parte de nuestras vidas y para los que podemos encontrar sostén en nuestro entorno.
La muerte de un familiar o una ruptura de pareja, son hoy, un motivo de consulta frecuente. Antaño, eran problemas habituales que tenían una fuente de sostén y de ayuda en los familiares, amigos y vecinos. En aquellos tiempos, esta fuente de sostén operaba en el terreno real, pero hoy día, opera cada vez más en el terreno virtual. Cada vez más, las plazoletas, los cafés y las calles son sustituidas por la comodidad de nuestros salones y por el anonimato que puede ofrecernos un perfil en cualquier red social.
Y no es que estos sucesos (por ejemplo, la muerte o el abandono) hayan cambiado su naturaleza, más bien, son nuestros mecanismos de afrontamiento y nuestros soportes, los que sí han sufrido cambios y en estos cambios, posiblemente haya jugado un papel relevante “la virtualidad”.
Progresivamente, lo virtual ha ganado importancia en detrimento de lo presencial. Hoy en día, tenemos
tutorías con los profesores por Teams, mostramos nuestras condolencias a través de un Whatsapp, atendemos pacientes por Skipe y si nos apuramos, hasta firmamos digitalmente documentos sumamente importantes. Parece que, salvo algunas excepciones, ya no se estila el “estar de cuerpo presente”.
No deja de ser una impresión propia, pero a fecha de hoy, puedo decir que son muchas las personas que, estando hipervinculadas al mundo desde el punto de vista virtual, y siendo usuarias de múltiples redes sociales (whatsapp, X, tiktok y otras), en consulta expresan soledad y falta de sostén en momentos críticos de sus vidas.
El duelo por un ser querido, la ruptura de pareja o cualquier otra situación dolorosa, hoy por hoy, parece vivirse en mayor soledad a pesar de las posibilidades que la virtualidad ofrece ¿Por qué? Podría ser que ampararse en lo virtual, nos aleje en muchos casos de la realidad. Lo virtual, en muchas ocasiones, nos aleja de ver y sentir directamente que, a nuestro interlocutor, se le hace un nudo en la garganta al hablarnos de su padre fallecido.
Enfrentarse a la muerte de un ser querido es de los sucesos que más estrés y que más malestar puede
ocasionar en los seres humanos. Hace no tanto, quizás unos 25 años, cuando alguna persona fallecía en un pueblo o ciudad, los vecinos y familiares, eran un soporte fundamental para el doliente. Poco a poco, vecinos, amigos y familiares, se acercaban a casa del difunto, colaboraban haciéndose cargo de los más pequeños en tanto se reorganizaba la casa, traían algo de comida para que los dolientes “se apañaran” los primeros días y, sobre todo, “se hacían presentes”. Esta manera de estar presentes, parece que posibilitaba que el doliente encontrara espacio para reorganizarse y no dejara de cuidarse. Si hay una frase verdaderamente llena de significado y emotividad en nuestra cultura es aquella que se repetía al final de la misa de un difunto, cuando uno a uno, los presentes se acercaban a mostrar las condolencias a los dolientes. En mi pueblo, una villa de 12000 habitantes de la provincia de Huelva, estas frases eran:
“Siento mucho tu disgusto”
“Te acompaño en el sentimiento”
Estas frases hechas, pronunciadas por mis abuelos y mis padres y por mí misma en tantas ocasiones, encarnan la esencia de lo que Giacomo Rizzolatti descubrió en 1996 en sus estudios con primates y
que vino a llamar Neuronas en Espejo. Una maravilla más que nos hace evolutivamente más fuertes en grupo.
La presencia física de las personas que nos importan, es fundamental, porque la presencia física asegura que verdaderamente nos sintamos en el mismo plano y compartamos, no solo el dolor del otro, también su dicha.
Haciendo eco de las palabras que hace muy pocos días Begoña Olabarría pronunció con objeto de una supervisión, el rito de la despedida, también es importante, cómo éste se produce y en presencia de quiénes. De la misma forma que con el bautismo se hace oficial la llegada de un nuevo miembro no solo a la familia, también a la comunidad en este caso cristina (aunque no necesariamente esta presentación en sociedad tiene por qué estar mediatizada por un ritual religioso, puede ser perfectamente civil), en la despedida, también son importantes estos matices.
A menudo, el dolor de muchas personas, queda oculto en un estado de whatsapp o en una foto disociada de la realidad en una red social cualquiera, aunque, parafraseando a mi madre “La procesión vaya por dentro”. Si estando delante de una persona,
muchas veces nos mostramos contrariados ante la incoherencia del lenguaje digital y el analógico, esta confusión, podría multiplicarse por n cuando nuestro interlocutor no está frente a nosotros.
En una sociedad cada vez más virtual, nos comunicamos utilizando un tercero, esto es, un dispositivo (por lo general el teléfono) y esto, aunque no lo parezca, juega un papel muy importante. Paradójicamente, ante la posibilidad de estar mucho más conectados que a lo largo de toda nuestra historia, parece que nos encontramos más solos que nunca. La virtualidad, ofrece, al fin y al cabo, la posibilidad de refugiarnos en un entorno que no es real y que se ajusta a nuestro deseo particular, pero no a nuestras posibilidades reales de estar en este mundo.
Lo que se ha venido llamando “postureo” es una muestra más de lo que a día de hoy, a menudo hacemos: tapar con un dedo el sol.
Es posible que la virtualidad nos esté alejando de lo que de verdad nos preocupa y de lo que de verdad importa. Es posible que la virtualidad juegue en contra precisamente, de lo comunitario y de lo que precisamente nos hace más humanos y también más fuertes, la interacción cara a cara, la vida en grupo.
Es cara a cara como se perciben mejor los estados emocionales de los otros. Es posible que estar cara a cara con nuestros amigos, vecinos, familiares y seres queridos, sea lo que mejor nos sostenga en momentos críticos. Cuando esta posibilidad no existe, la ventilación de nuestras emociones y el consuelo que pueden ofrecernos quienes quieren lo mejor para nosotros, puede ser deficitaria.
Así pues, podríamos concluir esta reflexión argumentando que, no siempre es necesaria la ayuda profesional. En muchas ocasiones (no siempre, pues la patología o la enfermedad, existen en realidad), las personas tienen recursos a su alrededor en los que ampararse para superar una crisis y, en caso de que estos existan y no sean utilizados de la forma adecuada, el profesional de la salud mental, debe optar por no patologizar sucesos vitales que son normales e incentivar a los individuos a usar sus recursos propios, potenciando su autonomía y su capacidad.

La virtualidad: ¿Una enfermedad social?

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