Mª DOLORES BARROS ALBARRÁN – PSICÓLOGA GENERAL SANITARIA – Nº COL AN11366

La emetofobia, también conocida como fobia específica al vómito / vomitar (SPOV), en el marco de los criterios diagnósticos considerados en el DSM 5 para los distintos trastornos mentales, quedaría recogida en el apartado de los trastornos de ansiedad. Dentro de este apartado, el destinado a las fobias específicas sería el que mejor representa este problema. Además, en este apartado, se le asignaría el código específico 300.29 (F.40.298), que se reserva para situaciones que pueden derivar en el ahogo o vómitos, así como otras situaciones que son muy concretas, por ejemplo, en niños, el miedo a los personajes disfrazados (APA, 2013).

Parece que se trata de un problema subestimado y no es algo que frecuentemente se vea en la consulta. Este tipo de problemas, para muchas personas, entraña un componente de vergüenza importante y no es infrecuente encontrar que las personas lo ocultan hasta que, irremediablemente, deciden hablar de ello, ya que puede tener una importante repercusión en la vida del individuo.

Teniendo en cuenta esto ¿Qué sería lo que caracteriza a una persona que padece este problema? Siguiendo los criterios diagnósticos expuestos en el DSM-5 y teniendo en cuenta que es considerada una fobia específica, los síntomas podrían ser los siguientes:

  • Miedo o ansiedad intensa a vomitar o incluso a que otros sean los que vomiten. Es necesario tener en cuenta, que el miedo, puede expresarse de manera diferente en los niños, por ejemplo, a través de rabietas, llantos, aferrarse con fuerza a un adulto sin querer soltarse… entre otras formas de expresión.
  • Una vez que la persona con este problema ve que otra persona vomita o que se dan las circunstancias para que él/ella misma vomite (circunstancias reales o no), se desencadena el miedo o una ansiedad que es intensa.
  • La persona con emetofobia, tiende a evitar el acto de vomitar, así como situaciones en las que considera que el vómito puede producirse en sí mismo o en otros.
  • El miedo o la ansiedad que la persona experimenta, es desproporcionado o no se ajusta al contexto sociocultural o situación específica.
  • El miedo, la ansiedad o la evitación de la situación (vómito/vomitar) tiene una duración igual o superior a 6 meses y causa un malestar clínico significativo, o bien deteriora el funcionamiento de la persona en áreas importantes de su vida.

Una persona que desarrolla este problema, puede tender a evitar ciertas situaciones, experiencias o estímulos que entiende que pueden incrementar el riesgo de vómitos o náuseas, a sí mismo o a otros. El grado de evitación y situaciones relacionadas con esta evitación es variable y determina en mayor o menor medida la afectación del sujeto. Por ejemplo, podrían llegar a evitarse determinados alimentos, fiestas o eventos en los que la comida sea algo central, ciertos espacios recreativos en los que quizás se consuma alcohol u otros productos que pueden ocasionar el vómito, espacios como los hospitales, centros de salud, comedores, atracciones de feria y lugares donde éstas se hayan, algunos medios de transporte etc. En algunos trabajos, se ha referido que este problema, es más frecuente en mujeres que en hombres, por ejemplo el de Riddle-Walker et al de 2016.

A continuación, veamos 1 ejemplo que puede ilustrar cómo se presenta este problema en un niño:

Marta es una niña de 8 años con un desarrollo normal. Hace un año, acudió a una barbacoa junto a sus padres y su hermano. Tras este evento familiar, todos enfermaron de gastroenteritis, pero solo la madre requirió ingreso hospitalario tras una deshidratación severa. Marta recuerda de ese episodio, que su madre vomitaba sin parar, la veía echada en la cama, sin querer comer ni beber, hasta que finalmente, “se la llevó una ambulancia, volvió muy delgada y mi padre dijo que casi se muere”.

Tras este incidente, Marta comenzó a comer peor, sentía que la mayoría de alimentos que ingería le sentaban mal e interpretaba señales de su organismo como advertencias de que algo no iba bien o de que iba a comenzar a vomitar. Además, evitaba cualquier carne, porque lo relaciona con la barbacoa del día en que se intoxicaron. Para el colegio, solo acepta llevar como merienda zumo de naranja.

Hace unos meses, su hermano vomitó en un cumpleaños y ella se puso muy nerviosa, pensando que su hermano podría estar tan grave como su madre o incluso que podría morir. Esa noche, Marta no durmió y estuvo toda la noche muy angustiada, pensando en su hermano y en ella misma, pues tenía sensaciones extrañas dentro de su cuerpo que le generaban gran malestar. Desde este suceso, Marta se ha negado a asistir a cualquier evento al que ha sido invitada por sus amigos (cumpleaños y otras fiestas).

Los padres de Marta, consultan con un especialista porque Marta, progresivamente ha ido a peor. Constantemente dice que le duele la barriga, se ha vuelto muy selectiva a la hora de comer, prueba los alimentos y con mucha frecuencia, dice que su sabor es raro, los rechaza y expresa temor a vomitar; además evita ir a cumpleaños y eventos con otros amiguitos, ante el temor de vomitar o sentir nauseas o de que sean otros quienes vomiten.

Al igual que en otras fobias, cuando una persona con este problema prevé que va a entrar en contacto con la situación o el objeto fóbico (en este caso el vómito/náusea o las situaciones en las que con mayor probabilidad pueden darse), trata de evitarlo y si no puede hacerlo, con una alta probabilidad, se desencadenará una respuesta cognitiva y autonómica que excede con creces a la de una persona que no tiene este problema.

En la literatura revisada, ha sido frecuente encontrar alusiones a que este tipo de problema, necesitaría ser más investigado en aras de procurar la mejor solución posible para las personas que lo padecen. En cualquier caso, se han encontrado trabajos en los que el empleo de la Terapia Cognitivo Conductual (TCC) ha tenido beneficios (Riddle-Walker, L, et al 2016; Hunter y Antony, 2009) en los pacientes, sin que ello signifique, que no sea necesario aumentar el cuerpo de conocimientos relacionado con este tema. Así mismo, en la intervención, hemos de tener en cuenta qué metas debemos plantear, sin perder de vista que éstas, han de poder correlacionarse con la mejora de la calidad de vida de los pacientes.

Si hablamos por ejemplo de un niño, hemos de conocer en qué medida el problema afecta a su vida diaria. Imaginemos que se trata de un niño de 8 años, que como en el ejemplo expuesto con anterioridad, no puede ir a los cumpleaños de sus amiguitos, no puede montarse en un bus para ir de excursión o no puede comer en el comedor del colegio. Sin duda alguna, esto que describimos, supone una repercusión muy importante para el niño, de hecho, posiblemente, su problema esté afectando a su desarrollo socioafectivo. Estas conductas descritas, responden a comportamientos evitativos propios de la fobia, los cuales devuelven al niño a la sensación de “safety place o lugar seguro”. Es decir, el propio comportamiento evitativo, al reducir o eliminar la ansiedad o el malestar, refuerza el mantenimiento de estas conductas de búsqueda de seguridad y evitación del malestar, pero a su vez, dificultan el desarrollo.

¿Cómo proceder en este círculo vicioso? Incorporando metas con el paciente que supongan la reducción progresiva de los comportamientos evitativos y de búsqueda de seguridad.

La psicoeducación, en estos casos, resulta de utilidad como en los casos de fobia a tragar. Conocer el mecanismo del vómito y su relación con la mejora (y no el empeoramiento de la salud) puede resultar interesante. A menudo, las personas tendemos a pensar que el vómito en sí, es malo o dañino, sin embargo, en múltiples ocasiones, el vómito es un mecanismo de ayuda para al organismo (pensemos en las intoxicaciones alimentarias, en las que expulsar contenido gástrico al exterior, evita que se procese mayor contenido en mal estado por nuestro organismo). De hecho, probablemente, el mecanismo de la náusea, sea algo que ha hecho que nuestra especie prospere. Pensemos en la situación en la que alguna persona va a ingerir un alimento y al acercarlo a la boca, presente un olor repugnante, el desencadenamiento de la náusea, evitaría probablemente en este caso, que la persona ingiriera un alimento en mal estado.

Para continuar, lo más adecuado sería diseñar un programa de tratamiento individualizado con el paciente en el que se permita al paciente ir exponiéndose gradualmente a la situación temida u objeto fóbico (situaciones en la que el paciente piensa que puede vomitar el mismo u otra persona, por ejemplo, ir a un restaurante en el que hay personas comiendo) sin que pueda recurrir al comportamiento que le devuelva al “safety place”. La ansiedad se irá reduciendo progresivamente hasta que el paciente pueda mantenerse en esas situaciones.

Para diseñar este tipo de programas, hemos de conocer muy bien el problema del paciente. Así pues, en la evaluación, hemos de recoger datos que nos informen de:

  • Cuáles son las situaciones temidas/evitadas por el paciente.
  • Cuál es la historia del problema y cómo se ha expresado a lo largo de su existencia.
  • Exploración de la repercusión que estas situaciones tienen en el área conductual (qué hace, por ejemplo, marcharse), cognitiva (qué piensa, por ejemplo, que va a morir), autonómica (si siente palpitaciones, sensación de ahogo, parestesias…) y de la emoción (por ejemplo, si siente miedo o incluso vergüenza). En todas estas áreas, es importante valorar la intensidad de lo sentido (podremos usar una escala acordada con el paciente).
  • Valorar cómo de frecuentes son las situaciones temidas (pues nos dará pistas sobre el nivel de repercusión del problema en la vida del paciente).
  • Evaluar qué cosas pueden estar contribuyendo a que se mantengan las conductas evitativas (además de que la propia conducta evitativa per se disminuye el malestar del paciente asociado a estar frente al objeto / situación fóbica).
  • Es importante conocer qué cosas ha hecho ya el paciente y/o la familia para liberarse del problema. Esto, favorecerá que optimicemos el tiempo, los recursos y las fuerzas.

Para finalizar, es importante señalar, que el cuadro, para ser considerado como tal, no debe poder explicarse mejor por la presencia de otro trastorno o problema de salud mental (siendo éste, el criterio G para las fobias específicas según el DSM-5). De hecho, en la literatura revisada, se hace referencia al hecho de que pueden existir otras comorbilidades psiquiátricas con el SPOV, como por ejemplo los episodios depresivos, el trastorno de ansiedad generalizada, la fobia social, el trastorno de pánico, la agorafobia y TOC (Leite, Vicentini, Neves y Torres, 2011).

Para finalizar, es necesario matizar que, ante la presencia de los síntomas anteriormente referidos, debe consultarse con un profesional cualificado, quien deberá evaluar exhaustivamente al paciente. En cuanto a la intervención, ésta debe cristalizar en un plan de actuación que respete no solo tiempos, también las necesidades de la persona que presenta el problema. No existe una “receta” para este problema que sirva para cualquier persona. Cada plan de tratamiento es único, porque única es la persona y únicas son sus circunstancias.

BIBLIOGRAFÍA

  • Americana, A. P. (2013). Guía de consulta de los criterios diagnósticos del DSM-5. Arlington, VA.
  • Veale, D., & Lambrou, C. (2006). The psychopathology of vomit phobia. Behavioural and Cognitive Psychotherapy, 34(2), 139-150.
  • Riddle-Walker, L., Veale, D., Chapman, C., Ogle, F., Rosko, D., Najmi, S. & Hicks, T. (2016). Cognitive behaviour therapy for specific phobia of vomiting (Emetophobia): A pilot randomized controlled trial. Journal of anxiety disorders, 43, 14-22
  • Hunter, P. V., & Antony, M. M. (2009). Cognitive-behavioral treatment of emetophobia: The role of interoceptive exposure. Cognitive and Behavioral Practice, 16(1), 84-91.
  • Leite, C. E. P., Vicentini, H. C., Neves, J. D. S., & Torres, A. R. (2011). Emetofobia: revisão crítica sobre um transtorno pouco estudado. Jornal Brasileiro de Psiquiatria, 60, 123-130.
  • Köksal, M., Koçak, G., Öztürk, Y., & Tufan, A. E. (2022). A Case of Emetophobia Responding to Mirtazapine and Propranolol Treatment. Journal of Neurogastroenterology and Motility, 28(4), 709-710.
EMETOFOBIA
Etiquetado en:                

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *